El día que Atahualpa se quedó sin monumento
Este es el inicio de un párrafo que siempre se muestra.
Leer más
Las naciones construyen su memoria colectiva exaltando a los personajes que contribuyeron a su desarrollo, especialmente a aquellos que jugaron un papel crucial en conflictos bélicos. Monumentos y esculturas no solo sirven para perpetuar sus nombres, sino también para recordar a las autoridades bajo cuya gestión se realizaron estas obras.
Sin embargo, en Cajamarca, la "bella dormida", destaca una notable omisión: no existe ningún monumento en honor a Atahualpa, el último Sapa Inca, a pesar de que fue en esta ciudad donde se escribió uno de los capítulos más trágicos de la historia andina.
La crónica de cómo Atahualpa se quedó sin monumento, incluida en el libro De Oropeles y Abandonos de Mónica Buse (1999), narra un episodio que refleja las prioridades culturales y sociales de la época. Más de un siglo atrás, con motivo del cuarto centenario de la captura de Atahualpa, las autoridades de Cajamarca comenzaron a gestionar un monumento en su honor. El lugar elegido para erigirlo fue la plazuela de la Recoleta.
Sin embargo, después de años de inacción y falta de interés, un grupo de mujeres de la aristocracia local propuso al alcalde rendir homenaje a la poetisa Amalia Puga, inspiradas por el comportamiento de la élite local. Así, en una Cajamarca clasista que aspiraba a emular las costumbres europeas, se decidió erigir un monumento ostentoso a la poetisa, desplazando y relegando a Atahualpa, una figura fundamental en la historia del Perú.
Esta decisión, influenciada por el clasismo y la imitación de valores foráneos, dejó al último Inca sin un lugar en el paisaje monumental de Cajamarca. Una figura que representa resistencia, identidad y el mestizaje que define nuestra sociedad quedó eclipsada en favor de símbolos que reflejan valores importados.
Lee la crónica completa